Parte X: Cruce de caminos

20/03/2016

Dejando escapar un gemido repleto de frustración, la niña giró sobre sí misma buscando algún signo que le permitiera saber si, como había pensado, vivía alguien en las cercanías. Y llena de desesperación, casi pasó por alto la pequeña casita de leños que se alzaba a un par de kilómetros de la encrucijada, medio oculta por una enorme roca cubierta de musgo.

La chiquilla carraspeó para llamar la atención de su compañero, que seguía intentando descifrar las para él incomprensibles palabras que decoraban el grueso poste. Tenía la mirada fija en las letras grabadas a fuego, con un gesto de concentración que dibujaba finas arrugas en su frente cubierta de sudor.

¿De verdad entiendes esto?.- Preguntó con incredulidad cuando por fín se decidió a desviar la vista de los carteles.

Sí.– Respondió ella sin darle ninguna importancia.- Pero no me sirve de nada si no se cual es el bueno. Preguntemos allí. Quizá se apiaden de nosotros y nos den comida y un techo bajo el que dormir.

Lo dudo mucho.– Murmuró el joven con escepticismo.- Y las montañas están en esa dirección, por cierto.

¿Y cómo sabes tú eso? Creí que no conocías el camino.

Puede que yo no sepa leer.– El chico se encogió de hombros y señaló con la mano el tosco dibujo de unas cumbres nevadas.- Pero se lo que significa eso.

Shana apretó los labios con indignación, hasta formar una fina línea. Había estado tan preocupada por encontrar el maldito pueblo que ni siquiera se había parado a pensar en los burdos grabados que indicaban, de forma más o menos simple, los destinos más habituales de los viajeros. Viajeros que en su mayoría no sabían leer.

Da igual.– Insistió con cabezonería.- Tenemos que ir de todas formas. No nos queda nada de comida.

Ni dinero.– Añadió el chiquillo arrugando la nariz.

Algo hay.– Shana metió la mano entre los pliegues de su falda y extrajo un par de monedas de un bolsillo oculto.- ¿Qué pasa?.- Preguntó sonriente al ver el gesto de estupefacción en el rostro del muchacho.- ¿Pensabas que lo tenía todo guardado en la misma bolsa?

Iohan no respondió. Sacudió la cabeza con asombro y, con un suspiro que no sabía bien si era de admiración o resignación, comenzó a andar hacia la cabaña un poco más animado. Después de todo, quizá sí que pudiesen convencer a los dueños de que les permitieran pasar la noche dentro, e incluso meterse algo caliente en el estómago.

¿Cuanto tienes?.- Susurró con curiosidad el chico tras golpear con fuerza la aldaba de latón que colgaba de la puerta.

Dos cielos.– Contestó la niña también entre susurros, y rebuscó un poco más en sus ropas.- Y un noble de plata. Todo lo demás me lo quitaron tus amigos. Esto no era más que un seguro, como precaución por si me pasaba algo… Bueno. Así. Y es evidente que fue buena idea.

El pequeño delincuente entornó los ojos con suspicacia y abrió la boca para responder, pero antes de que lograra articular sonido alguno, el portón se abrió bruscamente y frente a ellos apareció en su lugar el rostro rollizo de un enano de las montañas.

¡Que está abierto os digo!.- Bramó con el ceño fruncido y las orejas coloradas por el esfuerzo.

El chico olvidó lo que estaba a punto de decir, y dejó caer el brazo al instante mirando cohibido al fornido enano que les observaba desde el umbral con aire impaciente. No podía apartar la vista. No había visto a muchos como él durante sus viajes, y mucho menos tan de cerca.


Continúa leyendo en la Parte XI: La venta de Brokkor.

 

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