Islas Ed’ahll

04/02/2019

Las Ed’ahll son dos pequeñas islas situadas al sur de Nydiryah, no muy lejos de la costa meridional del continente. De clima muy cálido y habitadas casi exclusivamente por humanos, fueron descubiertas a mediados de la Era del Renacimiento, años después de que los elfos fueran expulsados del gran continente.

Cuando los primeros barcos salieron a mar abierto y los reinos sureños lograron desembarcar en las costas de las islas, descubrieron en ellas unas tierras vírgenes y muy poco explotadas, pobladas tan solo por una comunidad de indígenas que apenas se relacionaban entre sí. Aprovechando su superioridad tecnológica, los continentales establecieron contacto con los nativos e iniciaron una campaña de conversión y alfabetización a lo largo de las dos islas que, a pesar de sus esfuerzos, no tuvo demasiado éxito.

Si bien en un principio las gentes de las islas se mostraron pacíficas y hospitalarias, su reacción a la presión de los misioneros maelürianos desembocó en conflictos a cada cual más violento, zanjándose la mayoría con la muerte o captura de los enviados sureños. A pesar de los ocurrido con sus primeras misiones, el gobierno de Maelür envió aún varias misiones más a evangelizar a los nativos, y sólo desistió finalmente tras recibir en la sala del trono a un mensajero portando la cabeza decapitada de uno de sus sacerdotes guerreros.

Las islas Ed’ahll son actualmente el hogar de varios pueblos indígenas que viven repartidos por las dos islas. En las últimas décadas el contacto entre ellos ha ido en aumento, y han extendido su territorio hasta abarcar casi la totalidad de las mismas. Tras las primeras visitas de los reinos sureños, los habitantes de los islotes asimilaron las enseñanzas que llevaron los extranjeros y llegaron a desarrollar un sistema bastante similar adaptada al terreno en el que viven.

Viven principalmente de la caza en las selvas y la recolección de frutos autóctonos como cocos, lichis y enormes granos de café que trituran para fabricar con ellos una bebida amarga y de color oscuro. Aunque las islas no están preparadas para la agricultura tal y como se la conoce en el continente, los indígenas modificaron las enseñanzas de los predicadores maelürianos para adecuar sus prácticas

Los nativos aún dan una gran importancia a la religión, y sus sacerdotes son a la vez los líderes y los protectores de sus gentes. Tras los primeros enfrentamientos con los misioneros de los reinos del sur, los indígenas adoptaron una actitud mucho más defensiva de cara a los visitantes del continente, luchando por preservar su cultura de las garras extranjeras.

Aunque a día de hoy las islas comercian con el continente para exportar muchos de los frutos que crecen en la selva, aún se muestran suspicaces con los continentales, y muy pocos mercaderes se atreven a correr el riesgo de adentrarse en su territorio sin la seguridad de una escolta.

El hundimiento

14/01/2019

A medida que la civilización elfa avanzaba y los humanos crecían en número, las diferencias entre ambas razas se hacían cada vez más palpables.

Muchas de las aldeas y pueblos pequeños con más contacto con los elfos acabaron por adaptar sus creencias a la religión que profesaban sus vecinos, mudando y transformando sus costumbres y tradiciones para adecuarlas a sus nuevos estilos de vida. Sin embargo el ser humano es ambicioso, y pronto compartir la riqueza del mundo no fue suficiente.

Mientras en el norte la tensión entre las ciudades elfas y las tribus humanas iba en aumento, en el sur surgían los primeros brotes de rebelión, cuyo origen no era otro que una nueva religión que había tomado como base las creencias de la longeva raza. Los humanos ya no estaban dispuestos a permanecer a la sombra de la civilización elfa, y en distintos puntos del continente se alzaban revueltas que muchas veces acababan en enfrentamiento.

A pesar de los esfuerzos de los elfos para evitar la confrontación, las tribus del norte encontraron en ellos la excusa perfecta para unirse contra un enemigo común. Mucho más numerosos y versados en el arte de la guerra, los norteños lanzaron un ataque relámpago que cogió por sorpresa a la ciudad de Tyr’ ahnn, haciéndola caer en apenas dos días.

En B’la-ynêh las cosas no iban mucho mejor. El pueblo se revelaba contra la mera existencia de la magia, retorciendo la fe de los elfos hasta dejarla casi irreconocible. Los humanos, en su intento de justificar el conflicto, rechazaban a la diosa del Caos como fuente de destrucción cuyos tentáculos en el mundo no eran otros que los propios elfos.

El sur no tardó en unirse a la guerra. Una gran cantidad de elfos huyó del conflicto, dejando atrás el continente para buscar un nuevo hogar donde vivir en paz. Sin embargo otros muchos quedaron atrás, demasiado orgullosos para permitir que su tierra y su historia fuesen destruidas por mera codicia.

En ambos frentes las huestes humanas superaban por mucho los números de sus enemigos, y aunque los elfos lucharon con fiereza para proteger su legado, ni las artes arcanas que habían llegado a dominar ni la sabiduría acumulada durante siglos evitó su derrota. Tras años de sangrientas batallas e agotadores asedios que parecían no acabar nunca, la última ciudad controlada por los elfos cayó en manos de las tropas humanas.