Era Actual

21/07/2014

Corre el año 36 de la Nueva Era, y un hechicero de entre las filas de la Senda del Caos huye al Imperio para escapar de la ira de la Orden de Siekiant.

Ha robado unas tablillas de entre las ruinas de una antigua ciudad élfica, objetos que las sacerdotisas no quieren sacar a la luz. Bajo la amenaza de los religiosos, toma un barco en dirección al nuevo mundo, donde el emperador le da cobijo a cambio de la información que protege.

Tras años de estudio apoyado por las riquezas del emperador, el hombre logra descifrar los vagos símbolos para revelar el fragmento de una profecía nada alentadora. Narra acontecimientos atroces que desencadenarán la destrucción del mundo, el comienzo de una nueva época de oscuridad aún más terrible que la pasada Era del Hundimiento.

La magia imbuida en los textos surte un extraño efecto en el lector, provocándole un sueño profundo del que aún hoy no ha despertado.

Los rumores corren acerca de lo ocurrido, y a pesar de los esfuerzos de la familia imperial para mantenerlos en secreto, pronto las noticias cruzan el océano llevando consigo inquietud y desasosiego.

Fue una expedición perdida, arrastrada por una tormenta la que, en un golpe de suerte, desembarcó por primera vez en el nuevo continente que más tarde recibiría el nombre de Domaryah.

La noticia del descubrimiento se extendió como la pólvora, y la promesa de aquellas nuevas tierras sedujo tanto a aventureros como nobles señores y pobres campesinos. Los dos grandes reinos no tardaron demasiado en preparar la larga travesía, acordando, en un esfuerzo político para evitar nuevas guerras, aunar esfuerzos para llevar a buen puerto la expedición.

Se fletaron seis barcos que partirían rumbo al nuevo mundo,  transportando bienes, víveres y varias decenas de plebeyos lo suficientemente valientes como para embarcarse hacia lo desconocido.  A los aldeanos se unen varios nobles representantes de cada reino, una pequeña escolta y cuatro mágicos para asistirles en lo que fuera necesario.

Sin embargo, lo que vieron una vez la flota atracó cerca de la playa no se parecía en lo más mínimo al paraíso que esperaban encontrar. Las tierras de Domaryah eran áridas y hostiles, su clima mucho más cálido de lo que jamás habían podido experimentar.

La primera colonia se fundó cerca de la costa, a escasos kilómetros de la playa donde descansaban los barcos, y se comenzó la construcción de un puerto y astillero donde reparar los daños sufridos durante el viaje.

Al mismo tiempo, los nobles formaron pequeños grupos de aventureros encargados de explorar los alrededores de la colonia mientras el gobierno se establecía en el lugar. Necesitaban informes detallados sobre los recursos que podía ofrecer el nuevo continente, y por supuesto, mapas de las tierras circundantes para poder expandirse con mayor rapidez.

La ciudad de Radhërn prosperó, aunque las noticias que llegaban de las diferentes expediciones eran desalentadoras. Los guerreros que lograron volver hablaban de desiertos hasta donde alcanzaba la vista, parajes yermos y baldíos sólo rotos por un leve rastro de vegetación, más al sur, que en aquél infierno bien podía considerarse un bosque.

Mientras tanto, en el sur de Nydiryah comienzan a surgir rumores sobre criaturas de orejas afiladas que llegan por mar montados en navíos de una sofisticación imposible. Sólo aquellos que habían logrado dominar el arte de las letras y leído los archivos de la gran biblioteca, reconocieron en aquellas fábulas a los elfos que una vez fueron expulsados de Nydiryah.

Se descubrieron también ruinas en varios puntos del gran continente, que algunos estudiosos atribuyeron a los largamente perdidos templos elementales. Sin embargo no existía apenas ninguna documentación al respecto, y los grabados que aún quedan intactos parecen estar en antiguos dialectos caídos en el desuso. Ante la imposibilidad de dar una respuesta clara y bajo presión de las sacerdotisas sureñas, el hallazgo de estas ruinas se mantiene en secreto.

Durante unos años, las comunicaciones que llegaban desde Domaryah fueron intermitentes y confusas, y los barcos tardaban meses en regresar.

Los mercaderes introducen un nuevo cereal, más resistente al calor que aquellos conocidos en Nydiryah, al que los colonos han bautizado como Fwyde. Como la cebada el trigo o la malta, pronto se convirtió en uno de los cereales más consumidos de los dos continentes, no sólo por la robustez del grano, sino también por el licor de sabor agridulce que se obtenía una vez destilado junto a hojas de tilo primaveral.

En poco tiempo, el Smørk se reveló como una bebida tan popular que rivalizaba con la cerveza y el vino.

En el nuevo continente continuaban las expediciones, tratando de reconocer tanto terreno como fuera posible buscando lugares apropiados para vivir y sembrar. En los límites del enorme desierto que ocupaba el centro de Domaryah, donde aún llegaba la vegetación y el sol no era tan abrasador, los colonos encontraron también un pequeño árbol de tronco retorcido y corteza áspera y arrugada.

El Daervo, como lo llamaban los enanos que vivían entre las dunas, necesitaba muy poca humedad para crecer, y sus ramas se retorcían siguiendo a la luna por las noches. Magos y hechiceros reconocieron en esa madera una propiedad muy peculiar y valiosa, al ser capaz de conducir la magia igual que el agua conduce la electricidad.

Con esta madera se fabricaron bastones, varitas y báculos, pulidos y grabados para el uso de mágicos, que vieron de esa forma aumentado el alcance de su magia.

La colonia prosperó, y se fundaron nuevas ciudades a lo largo de la línea de costa. Pero Domaryah era distinta a su lugar de origen, y pronto se hizo evidente que allí, la magia era escasa y engañosa. El grupo de mágicos que había llegado con los primeros colonos aprovecharon el desconcierto de los aldeanos, y sin el influjo de las sacerdotisas maelürianas, lograron infundir al pueblo la necesidad de imbuir de magia las nuevas tierras.

Se alzó una revuelta, y los nobles y sus allegados fueron expulsados de las ciudades y exiliados al vasto desierto domariano, mientras los mágicos que una vez llegaron como simples sirvientes erigían un imperio alejado de la tiranía religiosa del viejo continente.

Para inmortalizar su victoria se fundó Delvӕn, una pequeña ciudad a los pies de las montañas que marcan el límite este del desierto de Atshai. En ella se edificó el primer palacio de Domaryah, residencia del emperador que gobernaría a partir de entonces el desolado continente.

Se dividieron las tierras en cuatro principados, dejando norte, sur y oeste bajo el mando de los otros tres mágicos que acompañaban la expedición inicial. Éstos recibieron el cargo de príncipes junto con el gobierno de las ciudades y feudos cercanos, rindiendo cuentas sólo al emperador.

En poco tiempo, el recién fundado reino de Maelür era lo suficientemente rica y poderosa para enfrentarse a Tirëne, la capital norteña. Y tras varias escaramuzas con finales inciertos y pobres victorias que no inclinaban la balanza hacia ninguno de los oponentes, la familia real del sur propuso un pacto, logrando por fin la paz entre las dos tierras.

Muchos de los pequeños países que aún quedaban desperdigados por el continente decidieron entonces adherirse a uno o a otro reino, transformando así Maelür e Isaria en las dos naciones más importantes de Nydiryah.

Tras interminables negociaciones entre las familias reales, se delimitaron las fronteras y se construyeron caminos para comunicar las ciudades más importantes de los dos reinos. Se establecieron rutas comerciales entre las capitales, y se estrecharon lazos políticos, mezclando las culturas de ambos reinos hasta quedar casi irreconocibles.

La recién instaurada paz y el nuevo vínculo entre ambas naciones inició un proceso de crecimiento, lento pero constante, que benefició no sólo a las grandes ciudades, sino también a los pueblos y aldeas cercanas a las rutas comerciales.

Se dibujaron los primeros mapas detallados del continente, incluyendo en ellos lugares hasta entonces inexplorados, marcando cuidadosamente las fronteras de los dos reinos según marcaban los tratados firmados con anterioridad.

Para evitar que se repitiese la historia y no volver a iniciar una nueva era de oscuridad por la ignorancia de las generaciones futuras, la familia real de Jeyde construyó en Blayne la primera gran biblioteca, donde a partir de aquel momento se archivarían copias de todos los documentos importantes.

Aparecieron las primeras flotas mercantes, y se adaptaron astilleros y puertos para establecer nuevas rutas marítimas que aumentarían el comercio disminuyendo a la vez la posibilidad de asaltos o emboscadas, esperando así proteger los cargamentos del azote de los bandidos y otras criaturas hostiles que poblaban los bosques de Nydiryah.

Es en las crónicas de las expediciones emprendidas durante la Era del Renacimiento donde se encuentran las primeras menciones a una extraña gema extraída de entre las raíces más profundas de los mangles, unos árboles de tronco retorcido que sólo crecen en pequeños lagos y estanques.

Los orfebres describen esta piedra como un diamante de brillos oscuros e iridiscentes, y sin embargo transparente como el cristal más puro una vez trabajada en su taller. Posee una dureza equiparable a la de una armadura, y es resistente como el metal enano. Por su propiedad de refulgir al contacto de una persona con el don, se la llamó Arcadia.

Era del Hundimiento

15/07/2014

El acontecimiento más importante que, a posteriori, marcó el comienzo de esta era fue la guerra, la caída de la civilización élfica y su posterior expulsión del continente por las tribus humanas del norte.

La desmedida superioridad numérica de la raza humana, ayudada por el relativo pacifismo de los elfos, ayudó a descompensar la balanza en una última batalla breve y terriblemente sangrienta que finalizó con el exilio de la longeva raza.

Libres de la influencia de los elfos, los pueblos humanos se expandieron por todo el continente, llegando a ocupar incluso territorios inexplorados hasta el momento. Surgieron nuevos reinos entre los hombres, se fundaron nuevas ciudades y se coronaron nuevos reyes.

Sin embargo la ambición no conoce límites, y pronto nuevas disputas afloraron entre los gobernantes provocando más guerras y luchas. El linaje norteño, descendientes del guerrero que había comandado su ejército para expulsar a los elfos, inició una campaña de sangre destinada a conquistar el mundo entero.

Se destruyeron pequeñas aldeas y grandes ciudades, y las huellas de lo que una vez había sido el legado de la civilización élfica quedaron reducidas a cenizas. Una era de oscuridad y muerte se cernía sobre Nydiryah sin remedio.

Durante siglos, las batallas se sucedían sin descanso. Y amparados por la sombra de la guerra, un pequeño pueblo al sur del continente prosperaba gracias al comercio y la religión. Un nuevo linaje nacía entre las aldeas sureñas, ganando fuerza y poder mientras las miradas del norte se mantenían ocupadas en los frentes de batalla.

Transformaron Blayne en su capital, y expandieron sus dominios de forma sutil y pacífica, utilizando el comercio y la influencia de los grandes dioses. Casi sin que los Eoghan se diesen cuenta, se consolidaron como un reino próspero y fértil.

Era del Alzamiento

14/07/2014

El comienzo de esta era está marcada por el descubrimiento de los primeros documentos escritos en las tierras de Nydiryah. Los archivos, antiguos e incompletos, están escritos en una lengua desconocida que aún hoy no se ha conseguido descifrar de forma íntegra.

Traducciones muy básicas realizadas por expertos en el tema han logrado sacar a la luz fragmentos que guardan estrecha relación con los templos elementales, aunque se desconoce con exactitud su situación y el momento de su construcción, lo que crea gran divergencia de opiniones en cuanto al orden de algunos acontecimientos.

Sin embargo, se han encontrado evidencias de que fue a lo largo de esta era cuando comenzaron a formarse los primeros poblados enteramente humanos, libres de cualquier influencia élfica, tanto al norte como al sur del continente.

Recientemente se han hallado restos de lo que parece una antigua profecía grabada en la piedra, aunque ningún erudito ha sido completamente capaz de descifrar su significado.

Edades Perdidas

11/07/2014

Las ancestrales eras que los humanos denominaron edades perdidas recibieron su nombre por la escasa información que logró sobrevivir a las inclemencias del tiempo para llegar intacta a nuestros días.

Apenas se guardan datos, y poco se conoce de lo que ocurrió entonces, salvo quizá un vago conocimiento que involucra la construcción de los templos elementales. Son tiempos remotos y confusos, que mantienen a los estudiosos en un continuo debate en cuanto a la cronología de los acontecimientos.